El valor del radio

19 octubre, 2020

-La longitud de la circunferencia es igual al doble del radio multiplicado por pi, … al doble del radio multiplicado por…, al doble del radio, … del radio, … del raaa… ¡Ay!

 La cabeza de Ramonín rebotó contra la recia mesa de la cocina. Las once y cuarto era una hora tardía para un niño de diez años que se levantaba antes de que amaneciera y que al volver de la escuela tenía que ayudar en las tareas de la casa: limpiar la cuadra, barrer el horno, cambiar el agua de las gallinas, etc. Solo después, tras la merienda de pan y chocolate, podía ponerse con los deberes: interminables copias de la lección de Historia o de Geografía, largas listas de reyes y batallas o conjugaciones de verbos imposibles (¿se decía “abolo” o “abuelo”?). Pero lo peor de todo eran esas formulitas matemáticas que había que retener al pie de la letra (“el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los catetos”, “el área del trapecio es igual a la suma de las bases por la altura partido por dos”) porque cualquier leve confusión acarreaba en los problemas peligrosos descarrilamientos.

Y mañana era el examen trimestral. Solo los que lo pasaran con éxito podrían aspirar al examen de ingreso que, una vez aprobado, les convertiría en bachilleres y, quién sabe, tal vez en médicos o abogados, en el futuro. Sabía que esa era la ilusión de su padre: que se labrara un porvenir…

Pero  el sueño le rendía. Entre humaredas de sopor recordaba la voz de Don Abelardo atronando las cuatro paredes del aula: -¿Pero todavía no se lo sabe? ¿Ni eso se sabe?

Y a continuación, con una voz grave y susurrante, no se sabe si afirmativa o interrogativa:

¿Y su padre quie-re-ques-tu-die, quie-re-ques-tu-die…

Ya sentía clavados en el rapado  cogote los ojos de los pequeños y de los medianos, contentos y felices de saber que la cosa no iba con ellos.

No podía más, se le caían los párpados, se restregaba los ojos sin parar, apenas si conseguiría llegar hasta la cama. Había que dejarlo ya. Entre las hojas de la enciclopedia colocó un trocito de papel para marcar la página y, de pronto, cayó en la cuenta: ¿Y si apuntara en ese papel las formulitas? Podía llevarlo metido en la media, a la altura de la rodilla, no para sacarlo, solo por mayor seguridad, por si se diera el caso de que le fallara la memoria…

Confortado con este plan, salió en parte del sopor y, con inusitada agilidad, trasladó del libro al papel las palabras mágicas, que quedaron enrolladas  en un apretado y minúsculo cilindro.

***

¿Pero ya son las ocho? La mañana amanecía con una espesa niebla de diciembre. Antes de colocarle al burro las aguaderas y los cuatro cántaros, se lavó la cara en el agua helada de la palangana y se pasó el peine. En la mesa de la cocina le esperaba el blanco tazón de loza, donde daba gusto calentarse las manos, con un buen trozo de pan también caliente –la suerte que tenía de ser el hijo del panadero-.

El caño de la fuente no era muy grueso, y llenar cuatro cántaros de arroba llevaba su tiempo. Encima se le había colado Lorencito;  menos mal que solo llevaba un cántaro y un botijo.

Hacía frío de verdad: los charcos estaban helados. Los pies y las manos ni se sentían, afortunadamente, el cuerpo era otra cosa, gracias al grueso jersey de lana tejido por su abuela, que le llegaba casi hasta el borde de los pantalones cortos.

Tenía el tiempo justito para llegar a la escuela, que estaba cerca del arroyo, bajando el cerro.

Los grupos bulliciosos de chiquillos se iban calmando a medida que formaban las filas: los pequeños, de cuatro y cinco años, delante; los mayores, de trece y catorce, detrás. Y en paralelo, frente a la puerta de la señorita Hortensia, una fila semejante de niñas, con blancos delantales, que los  miraban de reojo tapándose la boca con la mano.

Ramonín notaba la presión del diminuto envoltorio bajo la media como si se tratara de una espinilla punzante y dolorosa. En silencio, solo interrumpido por el chirrido de los goznes de los pupitres, ocuparon sus puestos.

Todos callaban mientras el maestro escribía las preguntas en la pizarra. Como no había espacio para dejar huecos entre los pupilos, se mantenía la colocación habitual, pero en tal cercanía sabían que cualquier giro o movimiento, siquiera del cuello o de la mano izquierda, podría ser tomado como sospechoso y merecedor de fulminante castigo. Además, el temor a que D. Abelardo se volviera súbitamente los mantenía hiératicos y expectantes.

-Ya pueden empezar.

El pistoletazo de salida dio lugar a un silencio tenso, espeso, solo atenuado por el ágil rasgar de los plumines sobre las hojas. Ramonín también empezó escribiendo con presteza, mojando la pluma en el tintero con pulcritud, para evitar los temidos borrones. El cálculo se le daba bien, los números llegaban a su mente sin esfuerzo: siete más cinco por cuatro menos ocho entre dos, igual…. mmm veinte. Treinta más doscientos menos veinte más cincuenta entre diez igual… mmm chupado, ventiséis. Y así sucesivamente.

Se iba animando por la facilidad con que era capaz de responder la primera tanda de preguntas. Y ya se había olvidado de la chuleta. Concluyó con éxito la primera carilla y miró a la pizarra: Vaya. No podían faltar: allí estaban los problemas de geometría, los que suponían más de la mitad de la nota. Bueno, tampoco eran tan difíciles: solo se trataba de aplicar las fórmulas, esas que cincuenta veces había repasado, pero que se resistían a permanecer en su memoria. Probaría a recordar: A ver, la longitud de la circunferencia es igual al cuadrado del radio por pi. ¿O era el doble del radio? ¿O era el cuadrado partido por pi? No, a ver, el área del círculo ¿cuál era? A lo mejor así se aclaraba… El área del círculo es igual a pi más el doble del radio. No, no “más”, “por”, por el doble del radio. ¿O era  el cuadrado por pi?

Con tanto pi empezaban a pitarle los oídos. El plumín, con la gota de tinta a punto de caer en medio de la cuartilla, llevaba ya un rato en el aire, sin decidirse a escribir ningún guarismo; y eso es mala señal, sobre todo, cuando se escucha el afanoso rasgar de las plumas de los compañeros.

De pronto, se acordó del papel  escondido tan cerca, al alcance de la mano. Con disimulo miró hacia la rodilla derecha, bajo la media gris: el bultito permanecía en su puesto, nada más tenía que alargar la mano izquierda. Silencio total, pero en el momento en que iniciaba el cauto movimiento, un súbito crujido de la vieja madera del suelo le hizo dar un respingo: Lorencito se levantaba en busca de otra cuartilla. De nuevo el silencio y de nuevo el avance sigiloso de la mano, que ya tanteaba por encima el extremo del calcetín. Y vuelta a replegarse, ahora porque el maestro se dirigía directamente hacia él, bueno, no hacia él, sino hacia la ventana que tenía detrás, a comprobar que la niebla esa mañana  no tenía trazas de levantar. Ahora se sentía vigilado por la retaguardia, sin ánimo de iniciar otra incursión. Y los minutos pasaban. No sería capaz. No podría soportar la decepción de su padre, si le pillaran.

 Para evitar sospechas, se puso a mirar hacia el techo, hacia la grieta descascarillada que cruzaba la habitación de lado a lado. Hoy parecía más negra y más ancha que nunca. Con lo que había llovido este otoño, seguro que el viejo tejado con las vigas de madera corroídas por la humedad estaba a punto de hundirse. Casi creyó oír un ruido en la techumbre, un leve chasquido como de hielo que se rompe, e inmediatamente el estruendo de las paredes que se derrumban, los gritos de los niños pidiendo auxilio, las manos de D. Abelardo, agitándose entre un montón de escombros. ¡Qué poca importancia tenía ahora la longitud del radio o el diminuto papel! Su padre vendría corriendo, angustiado, en cuanto llegara a la panadería la noticia de la desgracia, entraría como fuera en la escuela y le sacaría en brazos, magullado y cubierto de polvo.

Embebido en la escena, con los ojos cerrados para mejor contemplar los detalles, no se dio cuenta de que movía los labios, dando totalmente la impresión de que se comunicaba con su vecino de delante.

El bofetón restalló en el silencio como un látigo, dejando impresa en su pálida mejilla una roja estela de cuatro puntas.

El caballu de Gelín

19 octubre, 2020

-Nun volváis tarde, nun sea que se faiga de nueche y nun topéis con el camín. Güei ye lluna enllena, pero tá nublao, y nun podrá vese muncho.
Mi madre, siempre preocupá con lo que nos puea pasar. ¿Y qué nos pué pasar, si tamos n´el nuestru pueblu, y aquí nun hay ningún peligru? Toa la xente conócese, conoznos. Y además, hoy podremos dir en caballu, en el de Gelín. Nun ye un caballu muy allá, pero ye noble, y con un poco de maña podremos ponelu al trote pol camín del Fitu, o llegar hasta los mayaos de Torones.
Quedamos en venos Gelín y yo a eso de la cinco, cuando ya nun ficiese demasiao calor. Y allí taba, con el Tordu al llau, esgamotando con flema filosófica algunes yerbes, mirando hacia el monte, a ver si taba de llover o no.
Nun necesitábemos muches palabres pa entendenos, y pronto no pusimos en camín, charrando de coses pequenes: de cómo iba lo de apañar la hierba, o del pocu tiempu que nos quedaba de vacaciones hasta volver a la escuela. El Tordu, con pasu cansín pero aportunante [tenaz], paecía asentir a lo que decíamos inclinando la cabeza.
Subimos un trechu, despaciu pa nun cansanos, y sin montar nel caballu, que hoy ya había trabayau hores acarriando yerba. Ya tábemos más altos, y veíamos en frente el prau de la Cascayosa y el collau de Fresneo. Un sol de atardecer puxaba con les nubes por facese ver.
Y por fin, los mayaos camín de Torones. Turnábamosnos pa dar alguna carrera nel llombu del caballu. Non muy rápida, porque el Tordu nun taba pa muchos trotes. Y después, el bocadillu de chorizu, claro, algo de sidrina por sorpresa y, pa acabar, unes cereces, que taben baxes y daben al camín, duna cerezal del tío Pedro.
-A ver si nun dase cuenta de que i falten cereces… Aunque menudu ye.
Ya de vuelta, apuramos el pasu, porque anochaba y taba ca vez más nublao. Date prisa, que nun sé si se verá la lluna pa encontrar el camín, acuciaba Gelín.
Y de pronto, la nueche, y el senderu que se borra, y las nubes que se amontonen.
-Nun te preocupes, que el Tordu sabe bien el camín.
-Ya, pero tá muy oscuro, y algún llobu agulla, y el raposu abella, y chilla la coruxa de los güellos grandes.
Y ya nun hay camín. Y el Tordu que tatexa (titubea).
-¿Y ahora, qué facemos? ¿Cómo vamos a volver a Fierros?
-Nun te preocupes, quel Tordu dará con el camín.
Y así seguimos, más adulces [despacio], y sin saber bien adónde díbamos.
-Si seguimos, vamos perdenos. Será mexor que nos paremos, y esperemos a que esclare, o a que aporte l´alborada. Pero a mí dame un poco de mieu quedame aquí, Gelín. Pero vamos muy cansaos y nun sabemos dónde tamos: recoyámonos al abrigu de esta peña, y ya veremos.
Y eso ficimos. Pero el tiempu pasaba muy despaciu, y la tiesta chenábase de soníos que unu nun sabía si venían del bosque o de dentro. El Tordu quedose quietu. ¿Dormíu? Nun se sabe: paez que los caballos apigazan de pie. Y el chillar de la curuxa, lastimeru. Y el abellar del raposu…
Y de repente un clariar. Nun será la luz del alba, porque solo son les dos.
-¿Serán marcianos, Gelín? ¿O les ánimes del purgatoriu?
-Qué coses dices, guaje.
Apretuxámonos más aínda contra la peña y contra el Tordu. Pero la luz venía y díbase, en un vaivén que parecíase al de les nubes mecíes por el vientu. ¿Nun taremos viendo visiones?
Y de repente el Tordu desperézase y empieza a rinchar suavemente, y a golifar l´airiquín. Nun parecía tar preocupau por marcianos, por ánimes, ni por otres coses asemeyantes. Semellaba tar saludando a alguien que conoces de toa la vida, y al que agora tabes esperando.
Con precuru [cautela], y parapetaos tras del Tordu, animámosnos a dexar el abrigu de la peña y a salir a campu abiertu. El Tordu irguía la grupa una y otra vez, como saludando. Ya más tranquilos, decidímosnos a alzar los güeyos hacia lo alto. Y allá, en un retazu de cielu que fayas y castañales recortaben, apaeció la que enxamás habíase ido: la lluna, la amada del poeta.
Ella, la lluna, acompañónos hasta el pueblo. Y la su lluz, y la del candil de mio madre, dexáronos atopar con la pesllera del portón.

Isabel Allende: La casa de los espíritus

8 abril, 2014

la-casa-de-los-espiritusPrimera novela de Isabel Allende que nos narra la historia de un poderosa familia de terratenientes latinoamericanos. El patriarca Esteban Trueba ha construido con mano de hierro un imperio privado que empieza a tambalearse a raíz del paso del tiempo y de un entorno social explosivo. Finalmente, la decadencia personal de patriarca arrastrará a los Trueba a una dolorosa desintegración. Atrapados en unas dramáticas relaciones familiares, los personajes de esta portentosa novela encarnan las tensiones sociales y espirituales de una época que abarca gran parte de este siglo. Con ternura e impecable factura literaria, Isabel Allende perfila el destino de sus personajes como parte indisoluble del destino colectivo de América Latina, marcado por el mestizaje, las injusticias sociales y la búsqueda de la propia identidad.


Doce aspectos de la novela que, a medida que voy leyendo, puedo compartir, explicar, comentar, reconocer… aquí:

  1. Quiénes son los narradores de los hechos, cómo lo hacen (los cuadernos de anotar la vida, la escritura con la izquierda de Alba…) y desde qué perspectiva temporal cuentan lo sucedido.
  2. El destino violento de la familia Trueba (cómo se va anunciando, cómo se cumple y a qué se debe): la rabia y los bastonazos, la violación de Pancha y de Alba, los tres dedos cortados, la delación…
  3. Explicar la presencia de los elementos “mágicos” en la novela: los “espíritus” y las profecías, Barrabás, la plaga de las hormigas, la cabeza de Nívea, la curación de Esteban Trueba por Pedro García, los silencios durante años de Clara, el inagotable calcetín de joyas de Clara, los presagios de casamiento, la muerte de Clara y su retorno en la celda de Alba, el desentierro de Rosa, el progresivo achicamiento de Esteba Trueba…
  4. Poder reconocer a los principales personajes de la novela a partir de la descripción que se hace de ellos, o de lo que hacen y/o dicen.
  5. Explicar las conexiones entre los personajes femeninos: Clara (sus nacimientos cada vez más grandes), tía Rosa (sus manteles), Férula, Blanca, Alba (el fresco que pinta), Ana Díaz…
  6. Describir las características de los espacios en los que transcurren los hechos y explicar los cambios que sufren (y por qué): la gran casa de la esquina, las Tres Marías, el hotel Cristóbal Colón… Personaje que es el centro, ¿y el alma?, de cada uno de esos lugares.
  7. Identificar los cambios sociales e históricos que se producen, en los países latinoamericanos (Chile), a lo largo de la novela: latifundios, democracia, el socialismo (el Candidato), el golpe militar y la dictadura (Pinochet), la guerrilla, el exilio.
  8. La familia García (cambios que vive una familia de campesinos en sucesivas generaciones): Pedro García el viejo (sabio y curandero), Pedro Segundo (el capataz), Pedro Tercero (cantor de canciones de gallinas y el zorro), Esteban García (“el nieto de la mujer violada”).
  9. Clara y Esteban Trueba: evolución de cada uno; relación entre ellos: encuentro, ruptura (puñetazo) y ¿reconciliación? Explicar estos procesos.
  10. Los mellizos Jaime y Nicolás: el desencuentro de los ideales sociales y de los ideales esotéricos.
  11. Los hermanos Amanda y Miguel: de la orfandad y cariño mutuo al aborto, la droga / la guerrilla.
  12. Blanca y Pedro Tercero. Alba y Miguel: parejas que tienden puentes entre la burguesía y las clases populares (rural y urbana). Explica cómo.

Para repasar gramática

24 diciembre, 2013

gramáticaAlgunos habéis pedido ejercicios para repasar gramática.

Aquí tenéis algunos para ejercitar y reforzar los conceptos básicos de morfología y sintaxis básica, los que hemos retomado durante el primer trimestre.

  • Se refieren a las unidades 2, 3, 4 y 5 del libro de texto: Gramática repaso 2-3-4-5
  • Síntesis de morfología y sintaxis, con ejercicios, de un profe de lengua: muy clara y manejable.
  • En este enlace puedes también responder a ejercicios de gramática y comprobar cuántos aciertos tienes.

Si quieres trabajar la oración compuesta subordinada y resumir y comentar textos, aquí tienes dónde practicar:

  • Materiales de la unidad 6, Sesión cine 6: argumentación; subordinación sustantiva y adjetiva.
  • Materiales de la unidad 7, A debate 7: textos periodísticos; subordinación adverbial.

Para presentar autores o temas literarios

3 octubre, 2013

Aquí os dejo las pautas para preparar, presentar y valorar vuestras presentaciones por grupos.exposiciones-en-clase

Se incluye también el calendario con las fechas en que toca intervenir a cada equipo.

Aclararemos en clase todo lo que veais necesario.

En otras entradas de este blog podréis ver ejemplos de presentaciones que compañeros vuestros han hecho otros cursos. Pueden servir de orientación, aunque no de imitación.  Porque todo es mejorable, y es los menos que pueden hacer los que se apoyon en el trabjo previo de otros.

La poesía de Machado en imágenes

7 marzo, 2013

machado--478x270L@s alumn@s de 4ºESO han imaginado diversos poemas de Machado.

Modernismo y 98

2 marzo, 2013

La generación de fin de siglo (XIX):

Rubén Darío:

Antonio Machado:

Unamuno:

Pío Baroja:

baroja

La lírica renacentista en imágenes

2 marzo, 2013

Podéis ver aquí cómo algunos de los alumnos de 1º de bachillerato han «mirado» (la mirada es otra manera de interpretar) algunos de los poemas o estrofas que hemos ido leyendo en clase:

Sonetos de Garcilaso:renacimiento

Égloga I de Garcilaso

egloga_I_13-250  Apolo y Dafne

FRAY LUIS DE LEONOda a Salinas, de Fray Luis:

JuanCruz

Sin arrimo y con arrimo, de San Juan de la Cruz:

Cantando en las otras lenguas de España

23 septiembre, 2012

Cantando en gallego:

Cantando en catalán:

Cantando en vasco:

Vanguardias, Juan Ramón, generación del 27 (presentaciones)

10 marzo, 2012

Los poetas vistos por los alumnos de 4ºE

Aquí podéis repasar la presentación de cada poeta que habéis realizado. Conviene que lo hagáis, para preparar la próxima cita de examen.

  1. Ramón Gómez de la Serna ( Marta y Andrea).
  2. Vicente Huidobro (Cristina y Patricia) .
  3. Federico García Lorca, poeta (Celia, Tania y María Mas).
  4. F. García Lorca, dramaturgo  (Guillermo y Silvia).
  5. Rafael Alberti (Raquel Parejo y Clara).
  6. Pedro Salinas (Clara y María Pascual).
  7. Jorge Guillén (Carlos Chavarría y Raquel Pérez)
  8. Vicente Aleixandre (Clara Gallego y David Ramírez)
  9. Luis Cernuda  (Samuel Sanz y Jorge Ramírez)
  10. Dámaso Alonso (Lidia Tapia y Alba González)
  11. Juan Ramón Jiménez (Sonia Varela y Sandra Martín)
  12. Gerardo Diego  (Sandra García y Cristina Sánchez)